
[...] combina de manera espectacular la profesionalidad extrema de los músicos ante adversidades que quizás potenciaron la genialidad de los artistas, pero que a otros habrían impedido siquiera llevar a cabo algo más o menos coherente [...]
El Jazz no es únicamente música. Es música e imágen al mismo tiempo, es la imágen de las mejillas infladísimas de Dizzy Gillespie y su trompeta torcida hacia arriba, es la sonrisa desorbitante de Louis Armstrong, es la mirada maníaca de Miles Davis, es la imágen en blanco y negro de alguna clandestina Jam-Session en cualquier sótano de la "no-se-cuánto"-nd (-th) Street en Nueva York, es la variedad exótica de sombreros de Thelonious Monk, es una atmósfera enrarecida por humo de cigarros que cuelgan olvidadas de las bocas de pianistas gordos sudorosos y con muecas extáticamente retorcidas, es, en definitiva, algo entre anhelo y nostalgia, euforia, clandestinidad, extravagancia y recuerdo de tiempos mejores, de los tiempos en blanco y negro.
Con el paso al televisor a color, sobrevalorando lo visual, la música contemporánea marcaría una cesura hacia un fetichismo hueco de imágen entre el bling-bling y sexualidad agresivamente expuesta y carente de cualquier erotismo (es decir, entre 50 Cent y Lady Gaga, o como se llamen ahora). Escuchar Jazz significa dar un paso atrás y valorarlo como un producto de aquél tiempo que marcaría el paso desde lo exclusivamente fonético a lo visual, y que en su síntesis se integra a la cumbre también de la intelectualidad de éstos años (nótese que estoy hablando de los cincuenta con el paso del Bebop a Europa, pero a ésto más adelante). Es notable que muchos artistas vuelvan a preferir el blanco y negro – como para colocarse en alguna tradición de culto y sugerirla inherente a este tipo de visualización.
Por eso, quiero proponer como primer ejercicio auditivo el legendario concierto Bebop que dieron los máximos exponentes del Jazz su disco "Jazz At Massey Hall": Dizzy Gillespie (trumpet), Charlie Parker (alto sax), Bud Powell (piano), Charles Mingus (bass), Max Roach (drums), juntos llamados The Quintet.
Se dice que fue "The Greatest Jazz Concert Ever", The Quintet en Massey Hall, el 15 de Mayo de 1953 en Toronto, Canada, que combina de manera espectacular la profesionalidad extrema de los músicos ante adversidades que quizás potenciaron la genialidad de los artistas, pero que a otros habrían impedido siquiera llevar a cabo algo más o menos coherente: el pianista Powell sólo había sido tratado recientemente con electroshock después de algún tiempo en el sanatorio y llegó ebrio al concierto, Parker había tenido que arrendar un saxo de plástico para aquella noche, el concierto se daría al mismo tiempo que la copa de mundo de boxeo y en consecuencia había llegado un mínimo de espectadores (700 de 2500 asientos estaban ocupados)...
El Bebop (que deriva su nombre, como proponen algunos, de las sílabas "be-re-de-bop", con las que los músicos se habrían marcado el ritmo) es la liberación de la música orquestral y del big business del swing, que se había congelado en rigidez formal, resaltando la figura individual del artista en largas fases de improvisación, estilizando así el Jazz a una música intelectual, de arte: Quiero mencionar únicamente el segundo track del concierto, llamado Salt Peanuts (que, junto a la quinta o cuarta pista, dependiendo de la edición, Wee (Allen's Alley), suponen un momento estelar del Bebop) en el cual de alguna manera se logra captar la dialéctica entre un humor casi pueril de Gillespie y Parker al intercalar el saxo y la trompeta con un estridente Salt Peanuts, Salt Peanuts, y la genialidad de las largas improvisaciones que parecen provocar los límites de lo musicalmente posible, terminado con un furioso solo de Max Roach en la batería, acompañado por el furor del público que hace estallar la sala, a pesar de ser un número tan reducido de espectadores.
El concierto cierra con el famoso A Night in Tunisia, compuesto por Gillespie en el '42, con una trompeta que suscita, como propone ya el título, tonos ligeramente orientales de un místico cielo estrellado africano, para después llevar la dinámica excitante de las improvisaciones al término del concierto legendario.
Escucha: A Night In Tunisia, de The Quintet

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